En la vida siempre fui algo distraída,
no tenía costumbre mirar hacia los lados antes de cruzar,
mi mente volaba después de una conversación de más de diez minutos,
y hasta para besar mis pensamientos escapaban.
Me caí y golpeé varias veces,
unas veces, golpes que se tornaban azulados en la piel,
otros que no lograban notarse,
pero la huella crecía profunda.
De todos modos, siempre supe sonreír,
y hasta en las peores situaciones,
creo que logré engañar a todos.
Tuve la seguridad de morir joven,
triste obsesión que se robó un verano,
y aquella postal viajante que llegó de sorpresa.
Pensaba que no existía nada inexplicable,
y que finalmente sabría las razones,
que no entendía en momentos visitantes.
Rezaba, creía, soñaba,
lloraba con escenas ajenas,
y con mis historias sin fin.
Me escondía en mis silencios.
Y en las tardes de siesta,
escogía estrella tras estrella,
para lograr un cielo eterno.
Sin embargo, las señales en mi vida no fueron descifradas.
Así fue como desaparecí del camino,
partí,
y no dejé nada para mirar hacia atrás.
Viajé y no regresé,
y la vida así, se convirtió en algo mejor.